miércoles, 19 de diciembre de 2012

TARTA Y CAFÉ


"Érase una vez en el corazón de Europa, una ciudad conocida como la reina del Danubio. Una de las más bellas perlas del continente. Lamentablemente, una fría mañana de invierno, un ogro cruel la sumió en un profundo sueño. La bella durmió durante mucho tiempo, hasta que un día recobró el conocimiento, como si el beso mágico de un príncipe azul la hubiera despertado. La metamorfosis fue rápida: en cuanto pudo desprenderse de su estilo estrellas rojas y cortina de hierro, la reina del Danubio se empleó a fondo para recuperar el tiempo perdido..."
Así comenzaba la primera página de la guía de fin de semana que habíamos comprado para visitar Budapest. Uno de esos viajes relámpago que nos gusta tanto hacer una vez al año.


Habíamos oído y leído que los húngaros no eran muy agradables de trato. Nada más llegar al hotel nos dimos cuenta de que eso no era cierto. Un trato bastante más que amable, que fue una constante durante todo el fin de semana.


Nuestra primera parada nada más salir del hotel el sábado, fue en el Café Central. Un desayuno rico. A pesar de las ganas de conocer la ciudad, la lluvia en la calle nos invitaba a prolongarlo indefinidamente.


Rompimos la pereza y salimos a las calles paraguas en mano y abrigados hasta las orejas. Hacía frío. El clima es continental, y la sensación de invierno riguroso se acentúa por lo pronto que anochece. A las 15.30 empieza a irse la luz.


Nuestro hotel se encuentra en la parte este de la ciudad, en la llanura. Es el barrio de Pest, trepidante centro comercial y administrativo. Al oeste, se encuentra la encantadora Buda. Entre ambas, el Danubio, un río majestuoso, que se pierde hacia el mar Negro.


Vamos al encuentro de la calle Városház. El atractivo de esta calle son los edificios monumentales que la flanquean.


En 1699 los ejércitos imperiales expulsaron de Hungría a los últimos turcos que ocupaban un tercio del territorio desde hacía un siglo y medio. Esta victoria provocó un cambio crucial en la historia del país: la ciudad de Buda, que bajo la dominación de los otomanos fumaba en pipa, bebía café y se relajaba en el hamám, comenzó a adaptarse al modo de vida un poco menos oriental de los Habsburgo y el Barroco.


No todas las heridas se han cerrado aún. Muchos edificios abandonados, erosionados por el desgaste de la historia necesitan una buena renovación.


Pasamos por la puerta del New York Coffeehouse, resistiéndonos con todas nuestras fuerzas para no pasar a tomarnos otro café.


Egyetemi temploml, la Iglesia de la Universidad.




Szerb templom, Iglesia serbia.



El Museo de Bellas Artes, en Heroes' Square.


Heroes' Square


Después de un café para entrar en calor, nos dirigimos  hacia el "Bosque de la Ciudad", donde encontramos la pista de patinaje más grande de Europa. 18.000 m2 de hielo al aire libre.



También en el bosque, nos topamos con la entrada al castillo de Vajdahunyad, un edificio de cuento de hadas con una capilla románica, una galería gótica, una fachada renacentista y un ala barroca. Es ecléctico a más no poder. Una visita divertida, y más aún con los puestos de mercadillo navideño.


Encontramos los riquísimos rulos que comimos en Praga.





Y tuvimos que comernos uno, claro! Mientras nos lo daban, Miguel intentaba calentarse las manos con las ascuas.




En el bosque también puedes darte un paseo por el lago. El Robinson es un restaurante ubicado en un islote del mismo.


Y al otro lado del parque, el zoológico. Dicen que es recomendable la visita, pues sus infraestructuras, diseñadas por un grupo de inspirados arquitectos, resultan muy curiosas.


Luego visitamos el edificio de la Ópera, en visita guiada. Muy bonita. No nos dejaron hacer fotos porque no habíamos pagado por la cámara. Aún así, en un descuido de la guía, y como buenos españoles que somos, sacamos un par de ellas...



Cuando salimos de la Ópera ya era de noche, y aún eran las cuatro de la tarde!! Comimos algo, pues llevábamos toda la mañana a base de cafés, y aún nos dio tiempo a darnos un paseo por Deák Ferenc utca, una fashion street cuyos edificios fueron restaurados de forma idéntica. Un paseo circular, pues nos desorientamos un poco...por no decir que nos perdimos...Durante la pérdida, tuvimos que parar a cenar, y terminamos en el hotel a las doce de la noche, con las pies mojados de tanta lluvia. Antes de irnos a descansar, una copita de Unicum, un licor que es una poción mágica. Despierta el apetito y facilita la digestión...


El domingo volvimos a desayunar en el Café Central.


No llovía, pero había una niebla espesa que no dejaba ver mucho más allá de 100 metros.


Esta vez visitamos el barrio de Buda, que exhibe su Palacio Real entre la colina de las Rosas y el Monte Gellért.



Dicen que desde lo alto del Monte Gellért las vistas del Danubio y de Pest son impresionantes...


El Palacio Real.


Las rejas de la gran puerta, decoradas con motivos florales ofrecen una muestra de las habilidades del herrero Gyula Jungfer.





Por supuesto, cualquier turista que se precie no se pierde el cambio de guardia.


Una parada antes de seguir. Café y tartas...


Hay que visitar el Barrio del Castillo. Todas sus casas están consideradas monumento histórico.



La Iglesia de San Matías.



Bastión de los Pescadores. Un increíble decorado neorrománico, con torrecillas y almenas, que parece extraído de Disneyland.








Y otra parada...y otro café...y más dulces...


Esta vez en Ruszwurm Cukrászda, una minúscula pastelería donde la gente espera y espera para conseguir una mesita. Hay que pedir un ruszwurm (café con leche, brandy, chocolate y crema chantilly) y su linzer con mermelada de frambuesa.


Y en la otra orilla del río divisamos la que sería la última visita antes de coger el taxi al aeropuerto...El edificio del Parlamento.





Ministerios que abruman, tribunales ampulosos y un edificio del Parlamento neogótico al estilo del palacio de Westminster. Un barrio creado a finales del siglo XIX para convertirse en el centro financiero de Budapest.



En fin, un buen fin de semana, aunque esa lluvia y esa niebla nos obligan a tener que volver. Nos ha faltado tiempo para visitar algún balneario. Los baños termales simbolizan en Budapest una filosofía del bienestar. Hay que aprovechar la visita para disfrutar del poder tonificante de al menos una de sus 117 fuentes termales. Otra vez será...o no!









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