lunes, 10 de junio de 2019

RABADÁ NAVARRO AL MALLO FIRÉ


“Por tercera vez vamos a enfrentarnos con la grandiosa pared sur-este del Firé, el que contemplamos en aquel amanecer del día del Pilar flotando sobre el mar de nubes, lo que contribuye a darle un aspecto más impresionante si cabe. 
Con Navarro de compañero de cordada avanzamos hacia el coloso que se yergue con una vertiginosa verticalidad dominando esbelto las laderas circundantes. 
Hemos preparado nuestro equipo a base de bien y en la “intendencia” incluimos un pollo con el que celebraremos el día, observando que, como el vino, también gana con la altura. 
Sumamos a la pesada impedimenta, aparte de la cámara fotográfica, un tomavistas con buen surtido de película, con la que pensamos “filmar” los pasos más interesantes. 








Tras un rápido inventario (a ver si todo está en orden), comenzamos con la escalada que coincide con la vía de la cara oeste por el extraplomo inicial –bastante serio- y la larga travesía horizontal por la que, rebasado el espolón, se hace difícil entenderse. 



Afortunadamente, algunos compañeros madrugadores están al pie del mallo y, haciendo de eco, conseguimos solucionarnos.



Más tarde, el grupo aumenta y desde una cornisa puedo contemplar a la expectación: Ferrer con sus agregados, que ha venido desde los chalets de la estación; Vidal, nuestro asesor-jefe en lo del tomavistas, y la para mí siempre amenazadora figura de Ramón “el Galletas”, quien cachaba en ristre parece querer decirnos que como no tengamos cuidado con la pared, lo vamos a tener que tener con él. 



Abandonamos la vía “Villar”, que con el en estos momentos “averiado” Villarig repetí hace dos años, comprobando que a pesar de estar poco frecuentada, es una de las más interesantes de Riglos por su variedad. 



Desde el tramo donde nos encontramos superamos un tramo muy liso de pared compacta, donde Navarro en el primer intento tuvo una caída, por lo que pasado el susto sólo nos preocupamos de si Vidal, que seguía la escalada, habría podido “filmarla” con su “tomavistas”. 



Procuro desterrar de mi pensamiento la caída de Navarro y prosigo el delicado paso a libre hasta que una fisura ya conocida de las otras veces me brinda la ocasión de colocar una segura escarpia. Continúo la fisura y poco más arriba –al desaparecer- tengo que bordear la panza (que muere en un paso que requiere toda la atención), hasta que alcanzo una cornisa formada por una laja semisuelta que da la impresión de ir a soltarse del todo al poner los clavos de seguro para la reunión.



Una vez que ha llegado Navarro, el que ha tenido que subirse la panza directamente, inicia el siguiente largo sobre mis hombros, pisoteándome a placer. 
En este largo evitamos, yéndonos a la izquierda en un aéreo flanqueo, la fea fisura diagonal que bautizamos “la cicatriz", aparente vía de ataque vista desde la base, pero que a su altura se ve impracticable. 
Navarro desparece de mi vista, avisándome de que sigue a libre; por mi parte, pongo toda mi atención en la maniobra, pues por experiencia de los anteriores intentos, sé que las cuerdas no corren bien, dificultando la progresión de mi compañero. 
Por fin alcanza una repisa y recupera la “despensa”, atendiéndome a mí a continuación, que paso recuperando el material. 
Es bastante tarde cuando alcanzo la repisa en la que decidimos instalar el primer vivac, satisfechos de poder aligerar en parte el pesado petate. 
Luego, sacándole el mejor partido posible a la estrecha cornisa, arrebujados en las chaquetas de pluma, nos disponemos a pasar la noche. 



Sobre las seis de la mañana, tras haber dormido toda la noche de un tirón, prosigo desplazándome a la derecha por la misma cornisa del vivac hasta una panza que supero con la ayuda de un pitón; sobre ella supero en diagonal un muro bastante liso que se extraploma al final. Logro superar dicho extraplomo con cuatro malos clavos y preparo la reunión. 
La siguiente tirada a cargo de mi compañero continúa –como no- a base de pisarme los hombros; luego, en un alarde de equilibrio, supera una panza siguiendo por un diedro descompuesto del que logra salirse en un difícil flanqueo. Al final de éste, llega a la repisa donde dimos la vuelta en el segundo intento. 



Colgado del clavo del rappel (¡vaya clavo!) estudio la continuación del itinerario, desconocido desde aquí. Por encima de la panza, en cuyo borde estoy suspendido, otra más saliente cierra el paso, siguiendo un trozo de pared por la que calculo que se podrá progresar más rápidamente; una tercera panza cortada por una fisura y la perspectiva achata el resto de la pared visible.

Supero los dos primeros extraplomos difícilmente. La pared no me ha engañado y supero el trozo liso con más facilidad. Finalmente, tengo que subir la fisura del final utilizando medios nada académicos y, tras hacer bastante fuerza consigo encaramarme a una repisa al pie de un muro de aspecto más fácil por el que sube Navarro en un rápido largo de cuerda.





Nos reunimos en un rellano al pie de una panza -¡Panzas y más panzas!- surcada por tres chimeneas a cual más fea. Tenemos que deliberar cuál ha de ser la que sigamos y cómo alcanzarla, cuando nos decidimos por la central. 
Después de varios infructuosos intentos por llegar a ella de frente, lo logro dando un rodeo por la derecha sin que la cosa sea mucho más fácil, a base de paciencia y de fiarme de unos pitones más bien malos. 
La chimenea, salvo una sabina a mitad que se nos engancha el petate, no ofrece otro problema que un “techillo” al final, el que da salida a una pared de excelente roca, lo que hace prorrumpir en exclamaciones de gozo a Navarro a medida que la va subiendo. 
Mi aviso de que no le queda cuerda lo sorprende en un estrecho resalte, donde visto que el día toca a su fin, se decide preparar el segundo vivac. 




Resulta agradable relajar los músculos y ceder en la constante tensión nerviosa que la escalada requiere. Veo sonreír a Navarro satisfecho mientras va trasegando cosas del petate al estómago; luego, saciados, contemplamos la aparente miniatura del paisaje a vista de pájaro, mientras esperamos el reparador sueño que por la confusión de recuerdos no debió de tardar en venir.



 Al aclarar el día nos decidimos a emprenderla de nuevo. A la rosada luz del día, vemos lo que tenemos encima… no es muy prometedor… lo único prometedor es la dureza del día que nos espera. En este segundo tercio, la pared presenta una de sus mayores defensas con una serie de extraplomos continuados durante cuarenta o cincuenta metros. Sobre ellos, unas cornisas amplias son nuestra meta momentánea.



Tras filmar a Navarro a la salida de tan aérea “cama” con el consiguiente desentumecimiento de músculos, comienzo la tarea. El primer largo en diagonal a la izquierda, permite sortear los primeros desplomes, siendo en la siguiente –a la derecha- cuando nos encontramos en medio de ellos.




Deliberamos de nuevo ir un poco más alla “a ver qué hay”, pero ante la perspectiva de un retroceso no queda otra solución que seguir derecho. 
De esta forma, momentos después me encuentro haciendo artesanía pura a base de pitonisas, “pitoncitos” y toda quincalla menuda que tengo, pasando un rato apurado hasta que penduleando me sitúo en una repisa donde descanso de la fatigosa tirada. 




Otro largo queda para salir de esta segunda zona de panzas. Veo a mi compañero empezarla con un brío que queda frenado ante la imposibilidad de pitonar ni medianamente bien. Son momentos de gran tensión: sobre uno de los clavos que ha conseguido colocar suspende un estribo… y es al querer apurar el último peldaño cuando se produce la caída. Todo ocurre en breves instantes. Al desprenderse el primer clavo, el segundo lo hace también y es uno de la reunión el que aguanta el “vuelo”, de él queda suspendido unos metros por debajo de mí sin mayores consecuencias que un dedo magullado, un reloj hecho puré amén del consiguiente sobresalto.



Mientras ataca otra vez, ésta con los bríos un poco mermados, le pido que repita el “retroceso” al objeto de “filmarlo”… en principio dice que sí… que no sé qué de mi tía. 
Al segundo intento hay más suerte; el clavo aguanta lo suficiente para alcanzar la parte superior del extraplomo por el que se desplaza a través de una pequeña muesca al pie de un tramo de pared sumamente vertical de unos quince metros.



Intento dar con otra cornisa en las dos horas de luz que quedan, pero al no conseguirlo, nos resignamos a pasar la noche allí organizándonos un balconcillo con las cuerdas, que supla la falta de terreno horizontal. 
Por otra parte el tiempo parece que no quiere colaborar y una fría llovizna nos hace presumir que el día de mañana no va a ser mejor que hoy. 
Resguardados con los plásticos contemplamos al amanecer todo velado por la niebla. El Pisón, con el erguido y provocativo Puro que tenemos enfrente, escasamente se destaca de las brumas que lo envuelven. Si no le da por llover recio…


Echamos mano de la última reserva de clavos que queda en el petate, ya que muchos han sido abandonados, otros rotos y bastantes han caído abajo. La escuálida mazurca se nutre de nuevo y con ella en ristre trepo por la triple hasta el punto que ayer retrocediera. Como la tarde anterior, todas mis tentativas se estrellan ante la imposibilidad de clavar y, como no me seduce la idea de empezar a burilazo limpio, decido buscar nuevos horizontes. 
A fuerza de artesanía y clavos “made in circunstancias” me desplazo a la derecha hasta una entosta donde puedo meter un sólido pitón que asegura la continuación de la travesía, pero al llegar al límite de la travesía y del material sin encontrar una solución, regreso a la entosta donde, cansado de tanto paseo, me aseguro y recupero a mi compañero. 

Si placer me causa comerme la manzana que al llegar junto a mí me alcanza Navarro, más placer me causa todavía oír el clic del mosquetón puesto sobre el primer clavo que ha conseguido meter; a éste se sucede otro… ¡y otro! Ya toca la repisa por la que esperamos salir de este agotador trozo de pared, y por ella se desplaza hacia la izquierda, hasta sitiuarse en una buena cornisa, al otro lado del espolón, en la que, a juzgar por los gritos de júbilo que da, calculo se terminan los problemas gordos (¡ya era hora!).



Al final de la tirada siguiente y mientras mi compañero se acerca a mi altura, no siento otra cosa que llevar el tomavistas descargado. Es impresionante verlo suspendido de estos hilos de araña que nos unen, recortado sobre el pueblo que se ve diminuto entre su cuerpo y la pared, por la que con su habitual y tranquila agilidad está trepando.



Otra tirada de cuerda por unos metros de pared lisa, una corta canal con mala salida y alcanza Navarro un nido de buitres (también se buscan la casa alta estos animalicos). 



Nos reunimos en él, estamos cerca ya de la cima, pero la noche se nos echa encima y decidimos preparar el último vivac, porque a pesar de la cercanía, desconfiamos de cómo estará el tramo que queda y no es cuestión de exponerse a pasarla en un estribo, teniendo a nuestra disposición el “confortable” nido.



El petate está ya fláccido; sólo unas pocas provisiones y el material de vivac… por la noche. Por la mañana, las provisiones las subimos puestas; alivia algo izarlo, pero en cambio la sensación del estómago ya no se pasa apretándose el cinturón. La última tirada es a cargo de Navarro pues, tras los suspenses de ayer temo no encontrarme en las mejores condiciones.

Lo veo partir decidido por un extraplomo, sobre nosotros, del que pasa a una especie de medio cono a la derecha, por el que continua en arriesgado largo a libre hasta el redondeado de la cima de la Punta No Importa.



Desde aquí ya poco puede interesar lo demás: pasar a la Buzón y descender en rappel hasta la glera y por ella hasta el pueblo es corriente. Únicamente querría expresar nuestro agradecimiento a todos los que, aunque sólo pudiese ser con su presencia y su fe, nos animaron a conseguir esta escalada cuya nueva vía denominaremos “Félix Méndez”.
Alberto Rabadá, 1961








1 comentario:

cris dijo...

Precioso y merecido homenaje a esta gran cordada de visionarios. Y vosotros, otros maquinas.¡valientes!

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